Juro por mi mismo
(Gn 22: 16)

jueves, 9 de junio de 2011

EL SACRIFICIO HUMANO EN LA TRADICIÓN JUDEO-CRISTIANA: 1ª parte


Propiamente leída, la Biblia es la fuerza más
potente para el ateísmo jamás concebida.
(Isaac Asimov)



   En la entrada anterior probamos a enmarcar una leyenda en su contexto, hoy intentaremos seguir la pista de una práctica que apareció muchos miles de años antes de que a nadie se le ocurriese adorar a Yahvhé, pero que tuvo un desarrollo peculiar dentro de la tradición judeo-cristiana. Este análisis nos llevará unos cuantos posts, así que vamos a empezar con una breve introducción histórica que nos ayude a contextualizar los textos bíblicos, y una presentación general del sacrificio de seres humanos en la Biblia.





Introducción histórica
   Los hebreos se separaron en dos naciones casi desde el principio de la etapa monárquica, tras el reinado del rey Salomón (el tercero según la Biblia), en el año 923 a.C. Las Escrituras cuentan que el mandato del sabio Salomón estuvo marcado por la corrupción y el despotismo, y su hijo Roboam no fue mejor:

Jeroboam y toda la asamblea hablaron así a Roboam: -Tu padre nos impuso un yugo pesado. Aligera tú ahora la dura servidumbre a que nos sujetó tu padre y el pesado yugo que nos echó encima, y te serviremos-. Él les dijo: - Marchaos, y al cabo de tres días volved-. [...] Al tercer día fue la fecha señalada por el rey, Jeroboam y todo el pueblo fueron a ver a Roboam. Éste les respondió ásperamente: -Si mi padre os impuso un yugo pesado, yo os aumentaré la carga; si mi padre os castigó con azotes, yo azotaré con escorpiones. De manera que el rey no hizo caso al pueblo. […] Viendo los israelitas que el rey no les hacía caso, le replicaron: -¿Qué nos repartimos nosotros con David?-
(1 Re 12: 3-5, 12-15, 16)

   A partir de aquí el pueblo hebreo se dividió en dos naciones: Israel con diez tribus y Judá con dos. El reino de Israel duró sólo doscientos años, cayó en manos de Asiria en el 722 a.C. La mayoría de los habitantes, incluyendo la clase dirigente, fue deportada a otras tierras ocupadas por el imperio asirio. Así, dispersados entre otras naciones y asimilados en nuevas culturas, llegaron a perder su identidad original. Nunca más volvieron como pueblo, ni a la tierra de Israel ni a ser nombrados en la Biblia, y se les llamó las diez tribus perdidas.
  Este período del ocaso de Israel coincidió con la aparición de una línea de profetas independientes, Amós, Joel, Oseas y Elías, Eliseo e Isaías, altamente críticos con los monarcas israelitas. La tradición espiritual que más adelante crecería en la historia bíblica tuvo aquí sus orígenes.


Hans Holbein, La arrogancia de Roboam (1530)

   La Biblia comenzó a redactarse con la forma que la conocemos hoy día entorno al siglo VI a.C., tras la conquista definitiva del reino de Judá (las dos últimas tribus que quedaban) por parte del imperio balbilonio en el año 586 a.C. Babilonia trató a los judíos como esclavos y no les permitió mantener sus costumbres, pero este opresivo periodo se acabó rápido.
   En el año 539 a.C. el rey persa Ciro II el Grande conquistó Babilonia, incorporando todos sus territorios al imperio persa. Como la mayoría de los grandes emperadores de la Edad del Hierro, Ciro permitió a sus súbditos practicar su propia religión mientras incorporasen al rey en su adoración como un dios o semidios, o al menos le hiciesen ofrendas. El resultado fue que el imperio persa tuvo tanto éxito en su administración como en la conquista de territorios: cuanto más suavemente se ejercía el dominio, mayor era el poder.
   Además dio permiso a los judíos para volver a su tierra y refundar Jerusalem, y permitió a los rabinos dedicarse al estudio y recopilación de las tradiciones de los antiguos reinos de Israel y Judá:

Ciro, rey de Persia, decreta: [...] Los que pertenezcan a ese pueblo, que su Dios los acompañe y suban a Jerusalem de Judá para reconstruir el templo del Señor, Dios de Israel, el Dios que habita en Jerusalem.
(Esd 1: 3)

    Desde luego, Ciro no tenía intención de restablecer Judá como reino político, ya fuese en régimen independiente o tributario, pero es indudable que los judíos se favorecieron de su política. Es notable el hecho de que Ciro sea el único rey pagano e idólatra al que la Biblia no sólo no critica, sino que le rinde honores en los términos más elevados:

Así dice Yahvhé a su ungido, Ciro, a quien lleva de la mano: Doblegaré ante él naciones, desceñiré la cintura de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se le cerrarán. [...] Yo soy el Señor, y no hay otro; fuera de mí no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces.
(Is 45:1, 5)

Gustave Doré, Ciro restaurando los vasos del templo (1865)
La palabra que en hebreo significa ungido es למשיחו (mashiakh), que por transliteración se convierte en mesías. A medida que pasaba el tiempo y la esperanza judía se centraba fervorosamente en el futuro rey ideal, el término quedó limitado a éste. En consecuencia pasó a denominarse Mesías al rey ideal.
Como acabamos de ver, la redacción se comenzó con la pérdida de la independencia pólitica de los judíos, una independencia que no recuperarían hasta el siglo XX. Para poder justificar las promesas de gloria que había hecho Yahvhé en las tradiciones de los antiguos reinos de Israel y Judá, comenzó el desarrollo de conceptos que ayudasen a dar unidad al conjunto de los escritos; una de las ideas más importantes es la de un Mesías que devolviese y aumentase el antiguo esplendor del pueblo hebreo. Durante la segunda mitad del siglo I algunos judíos identificaron a este Mesías con un predicador que fue condenado a muerte: Jesús de Nazareth.
La cultura hebrea se vería enriquecida también por su contacto con la griega, tras la conquista de Persia por Alejandro Magno en el 333 a.C. Esta curiosa circunstancia hace de la Biblia una excelente radiografía de la evolución del pensamiento en Oriente Próximo, si se lee con atención.

Y es que el fallo más antiguo y más grave a la hora de leer las Escrituras es buscar en ellas algún tipo de unidad dogmática. A esta manía se la conoce con el nombre de teología, y es un cáncer para el pensamiento y acérrima enemiga del disfrute literario. Tras siglos de perorata piadosa y santurrona han conseguido que el común de los mortales pierda interés por una de las mayores obras del pensamiento humano, y en el peor de los casos se conforman con creer la versión de algún meapilas que utiliza la Biblia como excusa para decirle a los demás lo que tienen que hacer, y quizá también ganar dinero.
   Si olvidas al Espíritu Santo, lo que te queda es una excelente obra de la literatura universal, producida por el hombre, y por lo tanto testimonio de su época. Al enmarcar los pasajes en su contexto histórico y conocer la situación de los reinos nombrados en la Biblia, el significado y la fuerza de los versículos aflora: descartado Dios, podemos ver cómo afrontó el pueblo hebreo sus vicisitudes y cómo evoluciona la fe primitiva hacia la metafísica al perderse toda identidad vinculada a una tierra, durante el exilio.

El sacrificio como ritual
   Muchas de las religiones actuales y todas las antiguas realizan algún tipo de sacrificio ritual con el objetivo de contentar a Dios o a los Dioses. Estos holocaustos están estipulados bajo una jerarquía, según el milagro que se le pide a la divinidad: cuanto más difícil y urgente es lo que se pide, tanto más valioso es lo que se ofrece. En casos extremos el rey podía llegar a ofrecer a su primogénito, y dado que era lo más valioso que podía sacrificar, se suponía que la divinidad actuaría de inmediato.
La tradición teológica afirma que el sacrificio humano fue rechazado por los judíos desde el principio, y ponen como ejemplo de este cambio de actitud la historia de Abraham y su hijo Isaac, de la que hablaremos en la 2ª parte. Por mi parte soy de talante confiado, así que al principio asumí esta explicación, hasta que hace poco reparé en un fragmento del tercer libro de la Biblia: el Levítico o libro de las Leyes.
   Resulta que el pueblo hebreo no fue una excepción a estas creencias y no sólo no se prohíben los sacrificios humanos, sino que se avisa a los indecisos y mojigatos de que todo lo que se ofrece al Señor ha de ser sacrificado:
Lo que uno ha separado como cosa dedicada al Señor, personas, animales o campos de propiedad hereditaria, no podrá ser vendido ni rescatado. Lo dedicado es propiedad sagrada del Señor. Una persona consagrada al exterminio no puede ser rescatada, ha de ser ejecutada.
(Lv 27: 28-29)

   En la Biblia se menciona varias veces la orden de Dios de matar a todos los habitantes de una ciudad o variantes de la misma, como matar a todos los seres humanos pero no los animales, o sólo los hombres, o sólo los adultos. Veamos un par de ellas como ejemplo:

Entonces Israel hizo voto al Señor: -Si entregas a este pueblo en mi poder, consagraré al exterminio sus ciudades. El Señor escuchó a Israel, entregó a los cananeos en su poder, y ellos consagraron al exterminio sus ciudades. Y el lugar se llamó Jormá.(Nm 21: 2-3)

William Hole (1846-1917),  La destrucción de Jericó

Esta ciudad, con todo lo que hay en ella, se consagra al exterminio en honor del Señor. Sólo han de quedar con vida la prostituta Rajab y todos los que estén con ella en casa, porque escondió a nuestros emisarios. Cuidado, no se os vayan los ojos y cojáis algo de lo consagrado al exterminio; porque acarrearíais una desgracia haciendo execrable el campamento de Israel.
(Jos 6: 17-18)

   En un primer momento no parece haber nada extraño en ofrecer a Yahvhé vidas humanas, pero en todo caso son las vidas de sus enemigos. Básicamente el pago por la ayuda divina consiste en compartir con el Señor los resultados: si había una buena cosecha se ofrecían a Yahvhé las primicias,

Por la fiesta de la Siega, ofrecerás al Señor las primicias de todo lo que hayas sembrado en tus tierras. Por la fiesta de la Recolección, a fin de año, cuando hayas terminado de recoger las cosechas de tus tierras.
(Ex 23: 16)

y si se ganaba alguna batalla se ofrecían a Yahvhé las vidas de los vencidos.


   Pero, ¿qué pasa con los miembros de la comunidad judía? En el libro de Jueces, que describe la historia de Israel inmediatamente después de la conquista de parte de la tierra prometida (es el fin del nomadismo), hay un fragmento bastante curioso en el que Jefté sacrifica a su hija única por culpa de una promesa que hizo a Yahvhé:

Jefté hizo un voto al Señor: -Si entregas a los amonitas en mi poder, el primero que salga a recibirme a la puerta de mi casa, cuando vuelva victorioso de la campaña contra los amonitas, será para el Señor, y lo ofreceré en holocausto. [...] Jefté volvió a su casa de Mispá. Y fue precisamente su hija quien salió a recibirlo, con panderetas y danzas; su hija única, porque Jefté no tenía más hijos o hijas. En cuanto la vio, se rasgó la túnica gritando: -¡Ay hija mía, qué desdichado soy! [...] Ella le dijo: -Padre, si hiciste una promesa al Señor, cumple en mí lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos.
(Jue 11: 30-36)

   Jefté estaba al mando del ejército galaadita (Galaad es una de las doce tribus del Israel premonárquico), y promete sacrificar al Señor al primero que salga a recibirlo si Yahvhé le entrega a sus enemigos amonitas, que es justo lo que ocurre. Lo malo es que salió a recibirle su hija y no podía sustraerse del juramento (ver más arriba Lv 27: 28-29). A partir de ese día se instituyó una fiesta según la cual todas las mujeres tenían que reunirse para llorar a la hija de Jefté una vez al año durante cuatro días (Jue 11: 40).
   Nunca más se volvió a insinuar el sacrificio ritual de un compatriota por parte de los hebreos (al menos de forma tan abierta) hasta que, según el Nuevo Testamento, decidieron cargarse a un tal Jesús de Nazareth. Los judíos que dieron una significación teológica a la ejecución de Jesús, argumentando que era el Mesías, iniciaron el cristianismo.

Charles le Burn (1619-1690), El sacrificio de Jefté








3 comentarios:

  1. línea 14: en vez de "ha ser nombrados", "a ser nombrados";

    Gústame a parte central do post, a defensa da Biblia como obra literaria máis alá da interpretación teolóxica. Hoxe mirei unha comparación curiosa: To most Christians, the Bible is like a software license. Nobody actually reads it. They just scroll to the bottom and click: 'I agree'.

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