Juro por mi mismo
(Gn 22: 16)

martes, 22 de noviembre de 2011

EL SACRIFICIO HUMANO EN LA TRADICIÓN JUDEO-CRISTIANA: 2ª parte

Si la fe histórica de Israel no está fundada en la
historia, será errónea, y por tanto, también lo será nuestra fe
(Padre Roland de Vaux, monje dominico, arqueólogo
 y biblista, The Early History of Israel)


Abraham e Isaac
En la 1ª parte hicimos un breve repaso a la historia de Israel y Judá, introdujimos el término ungido משיחו mesías (en griego χριστός Kjristós, cristo en latín), y vimos cómo el Pueblo Elegido compartía la misma afición por los sacrificios humanos que cualquier otra nación de la época. Pudimos ver que pese a todos los esfuerzos de los humildes creyentes, que durante siglos se han esforzado en imponernos la idea de que su religión fue revelada por dios mismo, las propias Escrituras dan fe de su relación con las culturas que le fueron coetáneas. No es necesario recurrir a fuentes extrabíblicas para demostrar este hecho, pero en todo caso la Historia y la arqueología lo han confirmado largamente.

A partir de ahora comenzaremos a analizar poco a poco la significación del sacrificio en la Biblia; esto nos servirá como excusa para explicar el origen de la religión judía y entender su evolución, hasta llegar al cristianismo. Las Escrituras sitúan el origen del culto a Yahvhé en la figura de Abram, con quien el dios establece un pacto concreto en cuya confirmación el sacrificio humano supone la firma definitiva, así que en este post vamos a analizar la historia de este personaje y las características de su relación con Yahvhé.


El pacto y el sacrificio
La vida de Abram se relata en el primer libro de la Biblia, el Génesis, desde el capítulo 11 versículo 26, al capítulo 25 versículo 18. Muchos biblistas han invertido absurdas cantidades de tiempo, papel y tinta intentando dar una fecha concreta para las peripecias de este primer patriarca, sin llegar a ningún acuerdo. Los resultados van desde mediados del tercer milenio a.C. hasta principios del segundo, y todas las hipótesis han sido contradichas. Todos tienen algo de razón, pero ninguno consigue dar una explicación lógica e incontestable, pues en general parten de un prejuicio: lo que cuenta la Biblia ocurrió y punto. Sin esta idea no podrían justificar su religión de ninguna forma, pues supuestamente fue iniciada por Abram, pero para dar una explicación razonable no podemos rebajarnos a permitir que la fe establezca las premisas.
Lo cierto es que la historia de Abram es una saga, un cuento al que la imaginación fue añadiendo detalles a lo largo de muchos siglos, de forma que podemos encontrar elementos característicos de fechas muy dispares, de ahí el baile de cifras. Su origen es sin duda anterior al nacimiento del culto a Yahvhé, como veremos más adelante. Es una gesta constituida a través de muchísimas generaciones de transmisión oral, que siguió enriqueciéndose incluso después de que algunas de sus partes se tomaran por escrito, y que fue finalmente aprovechada por los piadosos escribas para justificar su intolerante nacionalismo teocrático. No es mi intención describir toda la estratificación de tradiciones que están contenidas en ella (quizá lo haga en otra ocasión), pero no está de más saber que justo antes de empezar con Abram, el Génesis nos pormenoriza lo que se conoce como Tabla de las Naciones (Gen 10), que pretende explicarnos el origen de los pueblos de Oriente Próximo y la genealogía de Abram (Gen 11: 10-26). Pues bien, esta tabla coincide con la situación geopolítica en el momento en el que Judá fue conquistada por Babilonia, justo antes de que el imperio babilonio fuese a su vez conquistado por Persia; esto nos sitúa a mediados del s. VI a.C. como fecha más probable para la redacción definitiva de la saga de Abram, si es que no tuvo añadidos aun más tardíos.

El caso es que, como hemos dicho, es este señor el que establece un pacto concreto con Yahvhé, y el dios le solicita la vida de su primogénito para comprobar la fidelidad de su súbdito. Los judíos terminaron sustituyendo las víctimas humanas por corderos y otros animales, así que los piadosos escribas amasaron a su antojo la leyenda de Abraham y su hijo Isaac para justificar este cambio de mentalidad:

Después de esto, Dios puso a prueba a Abraham, diciéndole: -¡Abraham! Respondió: -Aquí me tienes. Dios le dijo: -Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré. [...] Abraham tomó la leña para el holocausto, se la cargó a su hijo Isaac y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. Isaac dijo a Abraham, su padre: -Padre-. Él respondió: -Aquí estoy, hijo mío-. El muchacho dijo: -Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto?Abraham le contestó: -Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío-. Y siguieron caminando juntos. Cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, Abraham construyó un altar y preparó la leña; luego ató a su hijo Isaac y lo puso en el altar, sobre la leña; [...] Pero Dios le ordenó: -No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ya he comprobado que respetas a Dios, porque no me has negado a tu hijo, tu único hijo. Abraham levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en los matorrales. Abraham se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.
(Gen 22: 1-2, 6-9, 12-13)

   Lo primero que debe llamar nuestra atención es el hecho de que Abraham se disponga a sacrificar a su primogénito con toda naturalidad, dándonos a entender que era una práctica habitual que este supuesto padre del judaísmo no rechazaba en absoluto. Pero como ocurre siempre que algo no interesa al piadoso escriba, éste hace intervenir bruscamente a su dios sin preocuparse demasiado por la integridad de la leyenda original: pese a que Abraham iba a cometer el asesinato, esto no es punible, porque era una prueba de fe. Yahvhé ya está convencido de la fidelidad que se le profesa y no es necesario sacrificar a su hijo en su honor, así que Isaac es sustituido por un carnero que dios provee.
   Como premio a su fe ciega e irreflexiva, dios promete a Abraham que su descendencia será numerosa y dominará a sus enemigos. Esta descendencia se supone que fue la que dio lugar a los pueblos hebreo (vía Isaac) y árabe (vía Ismael), que hoy día no dudan en matarse mutuamente para apropiarse en exclusiva de la denominación “la semilla de Abraham” y de las consiguientes bendiciones:

Por haber obrado así, por no perdonar a tu hijo, tu hijo unigénito, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos.
(Gen 22: 16-17)

Todo esto aparece en la Biblia antes de que se cuenten las historias que establecen el cordero y el carnero como víctimas sacrificiales adecuadas, y además en los siguientes libros se relatan numerosos sacrificios humanos ofrecidos a Yahvhé de los que hablaremos en el siguiente post, aunque ya vimos algunos ejemplos en la 1ª parte. En consecuencia podemos afirmar que este cuento fue añadido después de que se asentase la idea de que un animal es un buen sustituto de una persona, y fue incluida en el Génesis para darle validez. Su importancia teológica está en a quién pedía dios sacrificar.

Sacrificio de Isaac, Caravaggio. 1603 d.C.

El padre de la religión y el sacrificio del primogénito
Abram es el personaje más importante del Antiguo Testamento (después de Yahvhé, claro), pues según la tradición teológica es él quien estableció con dios el pacto fundacional del judaísmo. Un rasgo recurrente de la historia de Abram son los convenios entre él y dios, que se reiteran y reafirman en varias ocasiones; Yahvhé le promete muchas veces que tendrá una descendencia numerosa, pero su mujer Saray era estéril. En consecuencia Abram decide acostarse con su esclava Agar (Gen16: 1-3), que pare a Ismael (Gen 16: 15), pero aun así él seguía queriendo un hijo de su mujer legítima.
Cuando Saray tiene 90 años y Abram 99, el viejo patriarca hace con Dios el pacto definitivo:

Cuando Abram tenía noventa y nueve años, se le apareció el Señor y le dijo: -Yo soy Dios Todopoderoso. Procede de acuerdo conmigo y sé honrado, y haré una alianza contigo: haré que te multipliques sin medida, [...] serás padre de una multitud de pueblos. Ya no te llamarás Abram, sino Abraham, porque te hago padre de una multitud de pueblos. Te haré fecundo sin medida, sacando pueblos de ti, y reyes nacerán de ti. Mantendré mi pacto contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como pacto perpetuo. Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros. Os daré a ti y a tu descendencia futura la tierra de tus andanzas, la tierra de Canaán, como posesión perpetua y seré su Dios. Dios añadió a Abraham: -Tú guarda el pacto que hago contigo y tus descendientes futuros. Éste es el pacto que hago con vosotros y con tus descendientes futuros y que habéis de guardar: Circuncidad a todos vuestros varones; circuncidaréis el prepucio, y será una señal de mi pacto con vosotros.
(Gen 17: 1-11)

Circunsición de un adulto. Sakkara, Egipto. 2300 a.C.


Este es, sin duda alguna, el momento más importante del Antiguo Testamento; todas las religiones basadas en la Biblia consideran esta leyenda la prueba del pacto entre Yahvhé y los hombres. También es la explicación religiosa del origen de la circuncisión (en hebreo בְּרִית מִילָה Berit Milá “el pacto de la palabra”) que siguen practicando hoy día judíos, musulmanes y algunas sectas cristianas, si bien los egipcios ya lo realizaban desde mucho tiempo atrás, y no podemos olvidar que según la Biblia, Abram pasó con ellos una temporada larga (Gen 12: 10) y más tarde sus descendientes estuvieron allí 430 años (Gen 15: 13; Ex 12: 40-41).



Abram es probablemente el personaje bíblico honrado por más gente, ya que tanto judíos, como cristianos y musulmanes lo consideran el padre de la fe. Además es el padre de toda la nación hebrea, pues el trato culmina de la siguiente forma:

Dijo también Yahvhé a Abraham: -Saray, tu mujer, ya no se llamará Saray, sino Sara. La bendeciré y te dará un hijo y lo bendeciré; de ella nacerán pueblos y reyes de naciones. [...] Dios replicó: -De cierto que Sara, tu mujer, es quien te va a dar un hijo, a quien llamarás Isaac; con él estableceré mi pacto y con sus descendientes, un pacto perpetuo.
(Gen 17: 15, 19-20)

La consecuencia inmediata para Abraham al aceptar el pacto es, (a parte del cambio de nombre Abram>Abraham, Saray>Sara que comentaremos luego), que por fin tendrá el hijo que tanto tiempo llevaba esperando. La criatura se llamó Isaac, en hebreo יִצְחָק que significa “hará reir”, porque sus dos ancianos padres se partieron de risa cuando Dios les dijo que iban a procrear:

Abraham cayó rostro en tierra y se reía diciendo: -¿Un centenario va a tener un hijo, y Sara va a dar a luz a los noventa?
(Gen 17: 17)

Sara se rio por lo bajo, pensando: Cuando ya estoy seca, ¿voy a tener placer, con un marido tan viejo?
(Gen 18: 12)

Al principio Abraham tenía serias dudas de que su mujer nonagenaria pudiera quedarse embarazada, y Sara no podía creer que su marido fuese capaz de proporcionarle un orgasmo pero, ¿hay algo imposible para Yahvhé? (Gen 18: 14). Un año después, como les había sido prometido, Sara parió a un niño al que dieron de nombre Isaac (Gen 21: 1-5). La anciana madre, crecida con los milagros (el orgasmo y la maternidad), le pidió a su marido que echase de casa a su primer hijo, Ismael, y a su madre Agar:

Pero Sara vio que el hijo que Abraham había tenido de Agar la egipcia jugaba con Isaac, y dijo a Abrahám: -Expulsa a esa sierva y a su hijo, pues no heredará el hijo de esa sierva con mi hijo, con Isaac. Muy duro se hacía esto a Abraham por causa de su hijo.
(Gen 21: 9-11)

El calzonazos de Abraham hizo caso a su mujer y echó a Agar y a Ismael, que anduvieron errantes por el desierto de Berseba (Gen 21: 14). Así se quedó el patriarca sólo con su hijo primogénito, que tanto le había costado tener, e inmediatamente después de ésto es cuando dios le pide que lo sacrifique, como hemos visto más arriba.
Ahora ya podemos entender las implicaciones de esta petición: cuando Sara ordena a Abraham que eche a su primer hijo, éste sufre, pero cuando inmediatamente después Yahvhé le solicita la vida de Isaac, esperado durante toda una vida y concebido de forma milagrosa, no se lo piensa dos veces. El lector se siente cuanto menos impresionado (si no espantado) de que Abraham no dude en sacrificar a Isaac, y desde un punto de vista teológico Isaac es el sacrificio humano más valioso que se puede llegar a ofrecer, pues es el hijo primogénito del padre de la religión. Si un carnero es digno sustituto de Isaac, también lo es de cualquier otra persona, así se justifica plenamente el cambio de humanos por animales.

La semillla de Abraham
De todas maneras la resolución de Abraham, que no duda de los derechos divinos y con toda naturalidad obedece lo mandado, se entiende sin problemas dentro del contexto de las costumbres cananeas de la época, en las que sacrificar al primer hijo en honor a la deidad de turno era muy común. Y es que el patriarca vivió casi toda su vida en Canaán, como recuerda Yahvhé en el pacto que veíamos más arriba:

Os daré a ti y a tu descendencia futura la tierra de tus andanzas, la tierra de Canaán, como posesión perpetua y seré su Dios.
(Gen 17: 8)

La “semilla de Abraham” nunca llegó a vencer a los pueblos que habitaban Canaán ni a expulsarlos completamente de su tierra original, y en general convivieron con ellos respetando y asimilando sus costumbres. La Biblia nos dice que de todos los reyes de Israel y de Judá, ni uno sólo hizo lo que es bueno a los ojos de Yahvhé, actuando conforme a las abobinaciones de las gentes que Yahvhé había arrojado ante los hijos de Israel, es decir, que no le rindieron culto exclusivo y siguieron practicando el politeísmo tradicional. Esta frase o variantes de la misma introduce en las Escrituras a todos los reyes, con la excepción de los semi-míticos, David y Salomón, a los en todo caso el único mérito que se les puede reconocer es el de haber establecido a Yahvhé como deidad protectora de Jerusalem eliminando a la anterior, Salem, tras expulsar de esta ciudad a la nobleza jebusea que la gobernaba. Una maniobra política destinada a justificar la nueva dinastía que no significa, ni mucho menos, mono-yahvhismo:

Por aquel tiempo construyó Salomón, en el monte que está al oriente de Jerusalén, un santuario a Quemós, ídolo repugnante de Moab, y a Moloc, ídolo repugnante de los amonitas. Lo mismo hizo para todas sus mujeres extranjeras, las cuales ofrecían incienso y sacrificios a sus dioses. El Señor, Dios de Israel, se enojó con Salomón, porque su corazón se había apartado de él, que se le había aparecido dos veces y que le había ordenado no rendir culto a otros dioses. Sin embargo, él no hizo caso de lo que el Señor le había ordenado.
(1 Re 11: 7-10)

El libro de Reyes nombra a otro rey bueno, Josías, que hizo lo que es recto a los ojos de Yahvhé, pues siguió en todo la conducta de David, su antepasado, sin desviarse de ella en nada. (2 Re 22: 2) Se le atribuye una profunda e intolerante reforma religiosa pro-yahvhista, así como el descubrimiento del Libro de la Ley. Josías reinó en los últimos tiempos de Judá, justo antes de ser aplastada por Babilonia.
La razón por la que no lo incluyo es que ninguno de los profetas que predicaron durante su reinado hacen referencia a estos acontecimientos, y de hecho dicen de él todo lo contrario, que bajo su gobierno Judá fue idólatra y pecadora, y lo hacen en los términos más amargos (Jer 3: 6-11; Jer 25: 3-7; Sof 1: 1-ss). En todo caso, a propósito de la reforma religiosa el piadoso escriba nos da una lista pormenorizada y sumamente interesante de todos los cultos que se practicaban en Judá, y en el recuento de profanaciones nos recuerda una vez más la obra del sabio Salomón:

Profanó los santuarios paganos que miraban a Jerusalem, al sur del monte de los Olivos, construidos por Salomón para Astarté, diosa aborrecible de los sidonios; para Quemós, ídolo aborrecible de los moabitas, y para Milcom, ídolo aborrecible de los amonitas.
(2 Re 23: 13)

Pese a todas las proezas que la Biblia atribuye a Yahvhé, no puede ocultar el hecho de que nunca fue más que una deidad secundaria a la que apenas se rendía culto fuera de Jerusalem, y que incluso allí tenía que compartir el templo con otras deidades (2 Re 21: 7). Esta realidad les resultaba a los piadosos escribas ávidos de poder tan odiosa como imposible de ocultar, pero supieron aprovecharla para justificar la caída de Israel y Judá (2 Re 17: 7; Jer 25: 8-14) saltándose a la promesa divina repetida hasta el aburrimiento que veíamos antes: Os daré a ti y a tu descendencia futura la tierra de tus andanzas, la tierra de Canaán, como posesión perpetua y seré su Dios. (Gen 17: 8)
Aunque esto deja a Yahvhé como un mentiroso incorregible, la maniobra les sirvió a los yahvhistas para hacerse con el control del poder cuando Judá perdió definitivamente su independencia y ya no había ninguna aristocracia que les hiciera frente, pues todos los nobles habían sido deportados a Babilonia (2 Re 25: 1-12). Como comentábamos en la 1ª parte, la tradición espiritual que más adelante crecería en la historia bíblica tuvo aquí sus orígenes: todo el Antiguo Testamento está construido para intentar demostrar que la teocracia provinciana y déspota postexiliar de la Jerusalem reconstruida bajo los auspicios del rey persa, idólatra y pagano Ciro II el Grande, no estaba allí porque le lamían gustosamente el culo al Imperio de turno, sino porque dios así lo quería.

Josías matando adoradores de otros dioses
En lo que respecta a la vida de Abraham, la explicación más plausible es que fue incluida en época del exilio en Babilonia o justo después, a partir de leyendas que se transmitieron de forma oral durante siglos y cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Estas historias eran conocidas por el pueblo y de hecho Abraham parece haber sido honrado desde muy antiguo, pero probablemente las versiones que circulaban por Oriente Próximo diferían de la que podemos leer hoy día en la Biblia. Los piadosos escribas que desarrollaron el yahvhismo reunieron estos cuentos ajustándolos a las creencias y prácticas religiosas que consideraban adecuadas.
Esta afirmación es válida para todo el libro de Génesis, y en general para todo el hexateuco (los seis primeros libros de la biblia), y se ve confirmada por la similitud de la narrativa patriarcal con la de las “sagas” de otros pueblos primitivos, como el poema sumerio de Gilgamesh. Las historias se fueron tomando por escrito poco a poco, y más tarde fueron agrupadas en colecciones que conformaron ciclos, así tenemos los ciclos de Abraham, de Isaac, de Noé, de Moisés o de José, que fueron creciendo durante una larga y compleja tradición literaria.
En la historia original probablemente Abram mataba a su hijo, pero el judaísmo postexiliar no toleraba los sacrificios humanos, así que reescribieron el cuento aprovechando la conocida figura de Abram para justificar el origen divino del pueblo hebreo, mostrando el nacimiento de su religión mono-yahvhista como un caso de revelación profética en vez de como una evolución a partir de culturas anteriores que seguían existiendo y con las cuales estaban enemistados.
Pero por mucho que quisieran diferenciarse de los demás pueblos cananeos, los piadosos escribas no podían ocultar que estaban emparentados con ellos por lengua y cultura. La Biblia recoge este hecho haciendo a Cam (padre mítico de los Cananeos) hermano de Sem (padre mítico de los semitas) y de Jafet, siendo los tres hijos de Noé (Gen 5: 32), el profeta que superó el Diluvio Universal construyendo un arca en la que metió a su familia y a una pareja de cada especie animal (Gen 6: 5-22). Esta genealogía se repite justo antes de empezar con el cuento de Abram, en la Tabla de las Naciones que mentamos antes, puntualizando que nuestro patriarca desciende de Sem.
Las Escrituras dan también una explicación para la enemistad de los semitas con los cananeos:

Noé, que era labrador, fue el primero que plantó una viña. Bebió el vino, se emborrachó y se desnudó en medio de su tienda. Cam (antecesor de Canaán) vio la desnudez de su padre y salió a contárselo a sus hermanos. [...] Cuando se le pasó la borrachera a Noé y se enteró de lo que le había hecho su hijo menor, dijo: -¡Maldito Canaán! Sea siervo de los siervos de sus hermanos.
(Gen 9: 20-23, 24-25)

Una mala resaca es la justificación religiosa de las guerras que las tribus hebreas iniciaron para conquistar Canaán, hacia 1400 a.C. Fue un proceso lento que duró bastantes decenios y en el que, como hemos dicho antes, los cananeos se fundieron en muchos casos con las tribus israelitas, lo que dejó una fuerte impronta cananea en éstas. La Biblia identifica generalmente a Canaán con el Líbano (principalmente con la ciudad de Sidón), pero cuando Yahvhé se la promete a Abram, extiende la denominación “Tierra de Canaán” hacia el sur, a través de Gaza hasta el “Río de Egipto” y hacia el Este hasta el Valle del Jordán (Gen 15: 18-21), todo lo cual coincide con la “Tierra Prometida” de los judíos, un territorio que nunca llegaron a conquistar completamente pese a la promesa divina. Hoy día intentan ocuparlo a sangre y fuego sin importarles demasiado la vida de los que habitan estas tierras desde hace siglos, eso sí, siempre bajo los auspicios de un dios misericordioso.

De Abram a Abraham
Pese a todo, difícilmente un creyente asumirá este proceso de sincretismo entre las culturas cananeas y la hebrea, sobre todo porque aceptar el origen no-hebreo de la historia de Abram supone destruir la piedra angular en la que se apoya cualquier religión que considere la Biblia “la palabra de Dios revelada”.
El hecho de que la tradición religiosa no halla basado ninguna festividad relacionada con Abraham nos demuestra que el culto ya estaba establecido cuando la incluyeron en la Biblia, por lo tanto Abraham no pudo ser el origen, sino la consecuencia. Se añadió para justificar la filiación ficticia de las doce tribus y dar fuerza a los ritos que consideraban adecuados, eliminando entre otras cosas la posibilidad de ofrecer seres humanos. Pero como vimos en la primera parte, esta práctica no cambió de golpe, sino que durante siglos se siguió ofreciendo personas a dios, así que esta historia representa el cambio definitivo de mentalidad entorno al siglo VI-V a.C., durante la etapa de dominio babilónico-persa.

Para los que se empeñan en defender la historicidad del Génesis y nos dicen cosas como que el diablo colocó los huesos de los dinosaurios por estratos para tentarnos a creer en la teoría de la evolución, para ellos hay una explicación que no requiere usar el sentido común, sino tan sólo leer la Biblia en su lengua original. Vamos a fijarnos en el momento del pacto entre Abraham y Dios, en el que Yahvhé cambia de nombre al patriarca:

Ya no te llamarás Abram, sino Abraham, porque te hago padre de una multitud de pueblos.
(Gen 17: 5)

El primer nombre, Abram, se usa durante toda la primera mitad de su historia, hasta justo este versículo; aparece un total de 50 veces en el Génesis. En hebreo se escribe אַבְרָם, y durante mucho tiempo los eruditos se esforzaron por buscar su significado, pues todos los nombres de la Biblia se refieren a algo que resume las características del personaje al que mentan. Estos esfuerzos eran infructuosos, y lo más que se llegó es a relacionar la primera mitad del nombre, -אב “Ab-”, con el significado padre (de), y asumir que Ram era un nombre propio o la abreviatura de un nombre propio. Esta es una manera muy común de construir nombres en las lenguas semíticas, pero en este caso presenta el problema de que Abram nunca tuvo ningún hijo llamado Ram y ni siquiera lo tuvo como pariente, así que algunos llegaron a sostener que Ram no significaba nada en absoluto.
Lo cierto es que no tiene mucho sentido buscar sus raíces en hebreo, incluso aun asumiendo los prejuicios de un creyente: si Abram fue el primer hebreo y esta identidad nacional la creó firmando un pacto con Yahvhé cuando tenía 99 años, no pudo nacer hebreo, así que el significado de su nombre hay que buscarlo en otra lengua.
El entuerto se deshizo cuando se descubrió el nombre de Abram fuera de la cultura que lo reclama como padre, y apareció justo donde esperaríamos encontrarlo según la tradición que dio origen a la Biblia: en Babilonia. La lengua usada es el acadio, que pertenece a la familia de idiomas semitas del oeste y asumió como sistema de escritura el cuneiforme, derivado del sumerio. Se hablaba en toda Mesopotamia, principalmente por asirios y babilonios, y durante el 2º milenio a.C. llegó a ser la lengua franca de toda la región, siendo utilizada incluso por los faraones egipcios en sus relaciones diplomáticas. Uno de los pueblos que introdujo el acadio fue el amorreo, una belicosa tribu nómada originaria de los desiertos del este de Siria, que terminó asentándose en toda Siria, la costa de Canaan (el Líbano) y Mesopotamia. Al rededor del s. XIX a.C. el amorrita Sumu-abum se hizo con el control de una pequeña ciudad-estado llamada Babilonia; su sexto descendiente fue el famosísimo Hammurabi que dio comienzo al imperio babilonio.
Detalle superior del Código de Hammurabi. 1760 a.C.
El nombre Abram aparece por ejemplo refiriéndose a una persona con la que el rey Apil-Sin (1767-1749 a.C.), abuelo del rey Hammurabi, firmó un contrato; también lo encontramos como el nombre del tío del rey babilonio Esarhaddon (681-669 a.C.). El estudioso alemán Arthur Ungad lo encontró en documentos descubiertos en la ciudad de Dilbat (actual Tell ed-Duleim, se encuentra en Iraq), pertenecientes a la dinastía Hammurabi, en las formas de A-ba-am-ra-ma, A-ba-am-ra-am, y también A-ba-ra-ma.

La grafía cuneiforme en la que se escribe Abram (y que me es imposible reproducir porque el puto procesador de texto no me deja cargar el formato tipográfico, lo siento), clarifica su significado. La declinación del nombre en -am indica que la primera parte ab- padre, está en acusativo, supeditada al verbo que completa la segunda parte del nombre -ram, en infinitivo ramu, que significa amar (en hebreo amar se dice רחם rajam). Por lo tanto Abram significa algo así como (él) ama (a su) Padre. A juzgar por los diferentes escritos y nombres similares la pronunciación era algo así como 'abh-ram.

Pero aunque el nombre no es de origen hebreo, se hebraizó durante el contacto de los judíos con los babilonios, pues invita al oído a hacer algunas asociaciones ligeramente diferentes a su significado etimológico original. Este cambio en la forma es precisamente el que le da Yahvhé cuando dice que a partir de ese momento pasará a llamarse Abraham, en hebreo אַבְרָהָם; así escrito aparece 97 veces hasta su muerte, y 231 a lo largo de toda la Biblia. En la forma del nombre 'ab-raham el oído capta el eco de רהם rehem, que significa vientre, de forma que Abraham significaría padre (del) vientre, pues su mujer era estéril y un vientre es lo que necesitaba para tener descendencia. A través del paralelismo conceptual vientre/descendencia se llega a que quien no podía tener hijos ahora tendrá multitudes (en hebreo multitud se dice ָָהמון hamon), significando su nombre padre (de) multitudes, que es la explicación que le da Yahvhé a su nueva apelación (aunque es una traducción un tanto forzada, si lo escribieramos en hebreo estrictamente sería אַבְהמון ab-hamon) lo cual encaja con la promesa de una descendencia numerosa. Es un juego de palabras difícil de comprender fuera de la lengua hebrea, pero la Biblia está plagada de ellos.
De esta forma los yahvhistas consiguieron apropiarse de un personaje pagano para justificar sus ideas y redactar la vida del “judío ideal”.

De Abraham a Abram
La idea de que Abraham no es un personaje histórico concreto, sino que su vida es la representación alegórica de la nación hebrea, no es en absoluto nueva. La formuló por primera vez el filósofo judío Filón de Alejandría, que vivió en la primera mitad del siglo I a.C. Algunos escritores modernos han intentado también defender la idea de que Abraham es la personificación de la nación hebrea o de alguna tribu hebrea, pero este punto de vista, que es válido para prácticamente todos los patriarcas, se enfrenta a muchas dificultades al intentar referirlo a Abraham. Lo cierto es que su nombre no es el epónimo (nombre de una persona que designa un pueblo) de ningún grupo determinado de gente, como lo son Cam, Aram, Benjamín o Israel; es en cambio padre de muchos pueblos (Gen 17: 5). En esta línea de interpretación todo han sido meras conjeturas, pues es imposible relacionar a este personaje con ninguna población concreta de la que fuera antecesor.

Parece bastante complicado aplicar al padre de la fe la misma explicación que al resto de los patriarcas. El minimalismo bíblico (o Escuela de Copenhague) propuso la hipótesis de que toda la historia de Abraham y la cautividad en Egipto no son más que pura ficción, llegando incluso a poner en duda la realidad de la cautividad en Babilonia tras la caída de Judá. Según esta interpretación, los israelitas no serían más que cananeos que siempre vivieron en los territorios que más tarde pasaron a llamarse Palestina.
Pero si los piadosos escribas se inventaron completamente este cuento sin apoyarse en ninguna realidad histórica o tradición preexistente, surgen una serie de preguntas que quedan sin respuesta: si eran autóctonos, ¿por qué hacer salir al clan de Téraj (padre de Abram, ver más abajo Gen 11: 26-32) de la ciudad sumero-babilonia de Ur, la cual ya había perdido toda notoriedad en la época de los reyes de Israel y Judá? ¿Por qué dar a los antecesores de los “hijos de Israel” nombres extranjeros, claramente amorritas? ¿Por qué hacer emigrar al clan a Harran (ver más abajo Gen 11: 26-32) para después poner a Abraham y su familia a vagar por Siria, Canaan y Egipto, presentándolos como nómadas? Una respuesta parcial es que esto se hizo en la época del rey David, al comienzo de la monarquía, para obtener el apoyo de las tribus nómadas vecinas. Pero para que esto sea posible hay además que suponer que estos nómadas corrieron a Jerusalem para comprar en la librería la última novela sobre “El Origen de los Hebreos”, por no decir que el parentesco simulado no es una razón por la que las tribus de indómitos beduinos fueran a someterse a los reyes de Judá de forma voluntaria (cosa que de hecho no hicieron).
Mapa de los viajes de Abraham
Este negacionismo oculta además una realidad aplicable absolutamente a todos los pueblos que han habitado la Tierra: las gentes siempre han encontrado un motivo de orgullo y un argumento para sus pretensiones belicistas, en ser los pobladores autóctonos de los territorios que ocupan y/o reclaman (es justo lo que pasa el actualmente entre Israel y Palestina). Si los Israelitas siempre hubiesen habitado Canaan, serían el primer y único caso en toda la historia de la humanidad de indígenas que olvidaron, o como mínimo ocultaron su propio pasado, proclamándose extranjeros emigrantes en la tierra de la que eran autóctonos. No tiene mucho sentido.
En todo caso tengo que aclarar que las tesis minimalistas son en general aceptadas por la mayor parte de la comunidad científica e incluso por algunos autores católicos, y personalmente me parecen bastante juiciosas, pero las respuestas que dan respecto a la saga de Abraham me resultan poco convincentes. En consecuencia, vamos a intentar discernir las realidades que nos permitan demostrar, no la historicidad de Abraham, sino la tela de fondo histórico sobre la que se proyecta la película de este personaje, creada en la imaginación de piadosos escribas.

Muchos de los héroes de la antigüedad fueron en algún momento dioses, que descendieron a la condición de mortales por obra y gracia de un lento proceso en la evolución de las religiones, pero manteniendo pinceladas de su anterior condición de dioses. El primero que propuso esta explicación para Abraham fue el señor Nöldeke, apoyándose en el curioso hecho de que Abram era adorado en relación al dios-Luna por los semitas que vivían en lo que hoy conocemos como Palestina. El dios-Luna es el más importante de la mitología mesopotámica, y forma con sus dos hijos, el dios-Sol y la diosa-Guerra/Amor una tríada que fue asimilada por todas las grandes civilizaciones de la época.
Dentro de la mitología mesopotámica puede hacerse una división entre las divinidades sumerias y las semitas. Primero existieron los dioses sumerios que más tarde fueron adaptados por los amorritas, babilonios, asirios, arameos y caldeos (todos ellos pueblos semitas). La tríada sumeria la formaban An, Enlil y Enki, y la tríada semita estaba compuesta por los dioses Sin, Ishtar y Shamash, los equivalentes a la Luna, Venus y el Sol. Los dos centros de adoración principales del dios-Luna (An o Nannar para los sumerios, Sin para los semitas), eran la ciudad de Ur en el sur y Harán en el norte, y da la casualidad de que Abraham está relacionado con estas dos ciudades.
Abraham nació en Ur, se casó allí y luego su padre Téraj se los llevó a todos a Harán. Esto se cuenta inmediatamente antes de que comience la historia de Abram/Abraham propiamente dicha:

Tenía Téraj setenta años cuando engendró a Abram, Najor y Harán. Harán engendró a Lot, y murió en su tierra natal, en Ur de los caldeos. Abram y Najor se casaron: la mujer de Abram se llamaba Saray; la de Najor era Milcah [...] Téraj tomó a Abram, su hijo; a Lot, su nieto, hijo de Harán; a Saray, su nuera, mujer de su hijo Abram, y con ellos salió de Ur de los caldeos en dirección a Canaán; llegado a Harán, se estableció allí. Téraj vivió doscientos cinco años y murió en Harán.
(Gen 11: 26-32)

Veíamos antes que Abram es un nombre amorrita, y evidentemente el de su padre también; Téraj aparece en la onomástica amorrita desde comienzos del 2º milenio a.C. Es un nombre teóforo derivado de la Luna, que en acadio es masculino y se llama Yaréaj y el mes lunar Yéraj, de ahi Téraj. Si Abram significa (él) ama (a su) Padre, resulta que a quien ama es al dios-Luna.
Al comienzo de la historia el “padre de la fe” se casa con Saray, que era su medio-hermana (Gen 20: 11-13). La raiz de Saray es sarrat, que significa la reina, y era un nombre femenino bastante común entre los pueblos semitas. La razón de esta popularidad es que Saray era el nombre de la consorte de Sin, el dios-Luna semita. Como vimos antes, Yahvhé le cambia el nombre a Sara, que en este caso significa exactamente lo mismo, así que esta vez el piadoso escriba se limitó a hebraizarlo.
El segundo hijo de Téraj, Najor, se casó con una tal Milcah, que viene del acadio Malcat la princesa. Milcah era el nombre de la hija del dios-Luna Sin. Por lo demás, el tercer hijo se llama Harán, exactamente igual que la ciudad a la que emigran, y que era la segunda más importante en lo que a culto lunar se refiere.

Parece más que evidente que el dios al que temían y adoraban Abram y su padre Teraj era la Luna (Sin), y toda su familia tenía nombres relacionados con esta divinidad. El piadoso escriba intentó reciclar la leyenda a su gusto para aprovecharse de un personaje honrado desde muy antiguo y hacer pasar su mono-yahvhismo como algo establecido desde tiempos inmemoriales, pero ya fuera por despiste o por incompetencia, cometió el error de decir que Abram nació en Ur... de los caldeos.
Ur es una de las ciudades más antiguas de Mesopotamia. Fue fundada por los sumerios que establecieron como dios tutelar al dios-Luna An, al que los semitas llamaron Sin cuando la conquistaron. En manos caldeas, como nos la presenta la Biblia, estuvo entre el 600 y el 539 a.C., unos 1700 años después de la fecha en la que el piadoso escriba pretendía ambientar las peripecias de Abraham. Esto nos sitúa una vez más a mediados del s. VI a.C. como fecha más probable para la redacción definitiva de la saga de Abram, en un momento en el que las epopeyas que describían el origen de cada uno de los pueblos de Oriente Próximo ya estaban muy desarrolladas y probablemente puestas por escrito. El plagio se incluyó justo antes de la historia que efectivamente representa el surgimiento de la nación hebrea, la de Isaac y su hijo Israel, para darle fuerza a la ruptura del yahvhismo con la mitología mesopotámica, la religión del imperio babilonio que acababa de conquistarlos y humillarlos duramente (2 Re 25: 1-21).

Golpe de gracia y conclusiones
Soy bien consciente de que no puedo destruir los cimientos de las tres grandes religiones e irme de rositas. Todavía tengo que enfrentarme a una posible acusación: que he atribuido un culto pagano al padre de la fe porque estoy inspirado por Satanás, y todas las pruebas que he argüido en favor de este punto de vista son escollos que el diablo ha puesto para alejarnos de la fe verdadera; además, a las explicaciones filológicas que he dado no habría llegado a través de muchísimas horas rompiéndome la cabeza con el estudio de lenguas semitas, sino porque al ser poseído por Belzebú, comencé a hablar lenguas muertas.
Para que esto fuera así, una invención basada en los estudios de una panda de oscuros académicos dirigida por el Maligno, no puede haber en la Biblia ninguna referencia al paganismo de Abraham en la que apoyarnos. Veamos qué se dice de él en Josué, el libro que nos cuenta cómo la “semilla de Abraham” intentó conquistar la Tierra Prometida, protagonizando los primeros genocidios descritos en la historia de la humanidad:

Josué reunió en Siquem a todas las tribus de Israel. Llamó a los ancianos, jefes, jueces y oficiales y, en presencia del Señor, dijo a todo el pueblo: Esto dice el Señor y Dios de Israel: Antiguamente, Téraj y sus hijos Abraham y Najor, vuestros antepasados, vivían a orillas del río Éufrates y adoraban a otros dioses.
(Jos 24: 1-2)

Empecé este post diciendo que no es necesario recurrir a fuentes extrabíblicas para hacer una lectura crítica de las Escrituras y como veis, es cierto, pero no fui capaz de resistir el placer de utilizar los suculentos datos que ha aportado la arqueología durante el siglo pasado. Evidentemente los piadosos escribas no podían apropiarse de un personaje honrado desde antiguo y asociado a un culto lunar extendido por todo Oriente Próximo desde hacía milenios, e irse de rositas. Les resultó imposible ocultar el hecho, conocido de sobra por sus contemporáneos, de que pertenecía a otra religión. Lo solucionaron haciendo intervenir a su dios en la vida del patriarca de forma un tanto ingenua, para hacerlo pasar por yahvhista y ya de paso atribuir a sus propias creencias una longevidad y un prestigio de los que carecían.
La Biblia no nos informa acerca de cuáles eran esos otros dioses a los que adoraba el clan de Abram, pero creo que ya lo he dejado bien claro en este post. Y es que si algo hay en las Escrituras, son reminiscencias de los antiguos cultos que las precedieron. Esto no significa en absoluto que los yavhistas los praticasen, sino que estaban fuertemente arraigadas en la conciencia popular: hasta el ultimísimo libro del Antiguo Testamento los rabís protestan de las desviaciones del pueblo y sus gobernantes. Respecto a algunas de las prácticas se mantiene desde el principio una actitud beligerante (como el politeísmo, por ejemplo), mientras que la mayoría fueron progresivamente reinventadas y adaptadas al nuevo culto, (como los sacrificios). Esto no tiene nada de extraño y es lo que han hecho absolutamente todas la religiones de la humanidad, lo que debería sorprendernos es que hasta hace poco te persiguiesen por intentar explicarlo.



En fin, hemos descrito el punto intermedio, el momento del cambio (que los creyentes pretenden hacer pasar como el comienzo). Nos falta ver qué ocurrió hasta que carneros y corderos llegaron a ser sustitutos dignos de seres humanos como víctimas sacrificiales, y cómo se va desarrollando el simbolismo del cordero en la poesía de las Escrituras hasta llegar al cristianismo.








4 comentarios:

  1. Sugerencia A: ¿Puedes adjuntar una foto del nombre de Abram en escritura cuneiforme?

    Lo de que Sara tardase un año en dar a luz me recordó el capítulo 3 de ''Gargantúa'', donde Rabelais da fe de numerosos partos a partir del décimo mes, refiriéndose a personajes "destinados a realizar en su momento grandes proezas".

    Por un momento creí que estabas de cachondeíto cuando dijiste que Abraham lleva a Isaac a Moria. Pensé que iba a aparecer Gimli con un hacha para circuncidarlo.

    Y me alegro un montón de que retomes el blog. Un abrazo!

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  2. Pues ya pensé poner una foto de alguna inscripción, pero no es tan fácil. Por un lado, no sé leer cuneiforme ni tengo intención de aprenderlo, así que la tarea de reconocer aVRaM en una inscripción me resulta casi imposible; por el otro, leer grafía cuneiforme no es Bambi, porque varía bastante según la zona y la época. Aunque resulte raro, leer es casi lo último que se aprende, lo que se hacen son transliteraciones: todos los textos están pasados a caracteres latinos siguiendo un estándar y así se estudian.

    Lo poco que pillo de acadio es porque la gramática se parece a la hebrea, pero si bien de las traducciones de la Biblia respondo yo mismo (por eso nunca indico de qué traducción lo saqué), de acadio no tengo ni puta idea. El hecho de que Abram es de origen acadio aparece en casi cualquier enciclopedia bíblica que consultes, sin importar la religión de los editores. Para una explicación etimológica ya me tuve que volver más loco, pero en la biblioteca de investigación de la Sorbona tengo acceso a muchísimos textos en edición bilingüe muy bien explicados, lo que no he conseguido son imágenes de las tablillas originales... y aunque las consiga, como te he dicho antes, no sé leerlo. La opción de cargar el formato tipográfico tiene la ventaja de que le doy los caracteres latinos y el ordenador me da la escritura cunieforme, aunque no tengo manera de comprobar la exactitud del resultado respecto a los originales.

    A parte de esto, nunca dejé el blog, lo que pasa es que tengo bastante curro. Además esta entrada me llevó muchísimo tiempo y fui cayendo en bastantes cosas durante el proceso de redacción. Tanto es así que el primer borrador eran tres carillas y acabé con doce resumiendo todo lo que pude, en fin...

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  3. excelente articulo ojala sigas realizando post, voy a recomendarte

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    1. Gracias, estoy terminando la próxima entrada. No dejo de escribir, pero dedico a los posts bastante esfuerzo, así que pasan algunos meses entre uno y otro. Por otro lado tengo que atender las investigaciones que me dan de comer, y eso me quita bastante tiempo.

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