Ni
tampoco contra sus dioses decimos cosas más abominables que sus
mismos autores, que ellos leen y alaban, pues de ellos hemos tomado
nuestros discursos, y en ningún modo somos aptos para referir tales
y tantas particularidades como ellos dicen.
(Agustín
de Hipona (354-430), La ciudad de dios
contra los paganos. Libro 3, capítulo XVII)
En la corta vida de este blog me han sido planteadas algunas cuestiones que me apetece contestar, y que podemos resumir en la pregunta, ¿por qué no tener encuenta el mensaje divino en la interpretación de la Biblia? Entiendo que ese mensaje puede ser bien que los judíos son el pueblo elegido por Dios para gobernar la Tierra, que Jesús es el mesías salvador, o bien que sólo Mahoma es el verdadero profeta de Dios. Soy así mismo consciente de que mi falta de fe me lleva en ocasiones a utilizar un lenguaje que sobrepasa los límites del pundonor, si bien es cierto que nunca soy más rudo que la Bilbia misma. La cuestión es bien interesante, así que iré respondiéndola y cuando me canse, volveremos con lo del sacrificio.
Siguiendo el consejo de mi padre, en vez de publicar de golpe un ladrillo infumable, voy a dividir el asunto en diferentes post, así que tenemos publicaciones aseguradas durante las siguientes semanas. La otra novedad es que ahora se pueden descargar las entradas en pdf haciendo clic en el botoncito que hay encima del título; si el enlace de descarga no aparece a la primera insistan varias veces, siempre acaba funcionando.
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¿explicar
el qué?
Correrían
los primeros años 50 de nuestra era. El apóstol Felipe, tras
desarrollar su labor evangelizadora en tierras samaritanas, recorría
a pie el camino que lleva de Jerusalem a Gaza. Este mismo recorrido
lo hacía en carro un eunuco etíope, gobernador a las órdenes de la
reina de los nubios, que volvía a sus quehaceres tras rendir culto a
Yahvhé en Jerusalem. El eunuco, librado por sus animales de tiro de
las fatigas del viaje, leía en alto al profeta Isaías y el apóstol
se acercó a él interesado:
Felipe
se acercó de una carrera, oyó que estaba leyendo al profeta Isaías
y le preguntó:
— ¿Entiendes lo que
estás leyendo?
Contestó:
— Y ¿cómo voy a
entenderlo si nadie me lo explica?
(Hch
8, 30-31)
Al
etíope le separaban del profeta unos ocho siglos, y podemos pensar
que leería un tárgum, esto es, una traducción al arameo (la lengua
franca de la época en Oriente Próximo). La diferencia idiomática
con el original no es demasiado grave, pero sumada a la distancia
temporal hacía de las Escrituras, ya en el siglo I, algo
suficientemente complejo como para no poder ser entendido de un
primer vistazo: era necesaria una explicación.
Si
esto pasaba entonces, imagínense hoy día, que de Isaías nos
separan 29 siglos y nuestras lenguas modernas no tienen nada que ver
con el hebreo bíblico. Las diferencias son tan esenciales que
afectan a la manera misma de percibir la realidad. Por ejemplo, el
hebreo bíblico no gramaticaliza el tiempo, es decir, que en su
sistema verbal no hay presente, pasado y futuro. Esta lengua se
interesa por el aspecto verbal (si la acción está terminada o en
curso), y cuál es su cualidad (imperativa, reflexiva, indicativa,
narrativa, etc.); es más bien el contexto el que nos dice cuándo.
Además
su vocabulario carece de términos abstractos, todas las palabras se
refieren a cosas que podemos ver, oir, tocar, oler o saborear. Por
ejemplo, cada vez que vemos en una de nuestras traducciones la
palabra “alma”, que se refiere a algo que no se puede percibir
por los sentidos, en hebreo pone נֶפֶשׁ
nefesh,
que es la forma sustantiva de la raiz נָפַשׁ
nafash
"respirar", así que el alma es en realidad la respiración
(o el aliento, el soplo, el jadeo...). En la mentalidad hebrea cuando
algo muere no pierde su alma, deja de respirar.
A
partir de este hecho podemos preguntarnos, ¿entonces, dónde está
la inmortalidad del alma, la vida después de la muerte y la
resurreción de los muertos? Pues en ninguna parte, no hay un sólo
versículo del Antiguo Testamento que nos hable acerca una segunda
vida. Este es un concepto bastante tardío, que nace en judíos
fuertemente helenizados sobre un substrato teológico mesopotámico
abonado por la lengua griega, que sí tiene términos abstractos, en
una época en la que el hebreo bíblico ya no era la lengua materna
de nadie e imperaba la necesidad de justificar algún tipo de
retribución para los mártires que habían muerto defendiendo la
"religión verdadera" frente a los descreídos griegos y
más tarde, romanos. El punto álgido del debate acerca de la
resurrección (y por ende del alma) se dio en el siglo I, en época
de Jesucristo. Mientras que los fariseos sí creían en la
resurrección de los muertos, los saduceos, la facción más
tradicional y puritana, la rechazaban y de hecho intentaron usar este
argumento para poner a Jesús en un aprieto (Mc
12: 18-27;
Mat
22: 23-33;
Luc
20:27-40).
Hoy
día, acostumbrados al concepto de una segunda vida que nos venden
las religiones (asegurando además que se constata a lo largo de toda
la Biblia), puede que nos choque esta visión hebrea profundamente
materialista, en la que no caben mundos trascendentes: todo lo
cognoscible lo podemos percibir por los sentidos y nos lo apropiamos
a través del lenguaje, que se convierte en instrumento privilegiado
de lo mágico-religioso.
Cuando
el hebreo reflexiona sobre lo vivo, entiende que su cualidad esencial
es la respiración. Esta es una acción sobre la que nuestra voluntad
tiene un cierto control, pero que no podemos suspender completamente.
Por eso cuando el
Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló [נָפַח
nafaj]
en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo
[נֶ֥פֶש
חַיָּֽה nefesh
jaya, respiración viva] (Gen 2: 7).
La divinidad hace lo mismo que la partera cuando azota al recién
nacido para que sus pulmones se llenen de aire, dando comienzo a una
acción que sólo interrumpirá definitivamente la muerte, porque el
Señor se dijo: -Mi aliento no durará por siempre en el hombre,
puesto que es de carne no vivirá más que ciento veinte años (Gen
6: 3). (Por cierto, el dios romano que protegía el llanto de los
neonatos se llamaba Vaticano).
Esta
estrecha relación entre el mundo y la palabra se respira a lo largo
de toda la Biblia a través de un constante juego entre ambos, un
juego que se pierde sistemáticamente en las traducciones. Y es que
para nosotros el lenguaje es algo mucho más prosaico: las palabras
son sólo palabras, signos que nos sirven para comunicarnos y que han
perdido toda vinculación con lo divino, se las lleva el viento. Dios
ha sido definitivamente vencido y las iglesias son sus tumbas y
monumentos fúnebres: su
reino ya
no es de este mundo
(Jn
18: 36).
En
el fondo de nuestras traducciones resopla satisfecho nuestro
descreimiento.
Como se puede explicar lo inmaterial con términos materiales? Quino llega a la misma conclusión que aquellos que decidieron traducir la Biblia del hebreo: para explicar algo siempre puedes recurrir a la confusión o a la ignorancia del pupilo
ResponderEliminarTu pregunta evidencia algo importante: no en lo mismo "el mundo EN el que se habla" que "el mundo DEL que se habla". Es un problema que se plantearon ya los sofistas griegos y que mantuvo entretenidos a los escolásticos medievales que discutieron sobre los Universales, pero esa separación mundo/palabra es relativamente tardía y no está presente en el texto bíblico. En consecuencia, no hay que recurrir a la confusión ni a la ignoracia, sino simplemete traducir con honestidad, como se traduce la Metamorfosis de Ovidio por ejemplo, sin dejar que los prejuicios personales se cuelen en el texto, o al menos minimizando su impacto.
EliminarNo hay ninguna razón por la cual halla que traducir "respiración" por "alma", sino todo lo contrario. La palabra alma falsea el texto, pues trae implícitas muchísimas connotaciones ajenas a los tiempos en los que el relato de la creación fue concebido, y además aleja al lector de la concepción de la Vida que se tenía en esa época y que no es exclusiva de los hebreos.
De tus palabras puedo interpretar que la traducción de los textos en hebreo del Antiguo Testamento a los idiomas actuales, o por lo menos, a los que los originaron, es poco fiel a la forma de pensar de los que los escribieron, por la sustitución del significado físico por el metafísico. Mi comentario anterior trata de dar mala intención a los que nos han hecho llegar este texto, ya que como dices lo falsea. Por tanto, la ignorancia del conocimiento, en este caso del hebreo, y sobre todo del contexto en el que está escrito el texto bíblico, es utilizada para " inventar" la trascendentalidad del ser humano mediante conceptos no sensitivos (alma, resurrección). Con esta nuevo y "trascendental" texto es más fácil manipular el carácter temeroso del ser humano ante un ser que trasciende nuestra estancia en este mundo.
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