Puede
que la inmovilidad de las cosas que nos rodean nos halla sido
impuesta por nuestro convencimiento de que son lo que son, por la
inmovilidad de nuestro pensamiento respecto a ellas.
(Marcel
Proust, À la recherche du temps perdu)
Desgraciadamente el conocimiento que tenemos de la Biblia nos llega casi siempre a través de alguna religión. Estos tristes hijos de la relación sadomasoquista que mantienen la ignorancia y el narcisismo, se empeñan en presentar las Escrituras como una unidad dogmática que transmite los mismos conceptos desde génesis 1: 1 hasta apocalipsis 22: 21. Nada más lejos de la realidad.
La primera vez que la leí, me llamó poderosamente la atención constatar en cada página precisamente todo lo contrario: una evolución, la del pensamiento humano. Un cambio que podríamos observar igualmente analizando cualquier otro conjuto de textos que abarque varios siglos. Esta evolución explica por sí sóla las contradicciones que vemos en el texto bíblico sin necesidad de descalificarlo, dejándonos como única opción insultar a los que de verdad se lo merecen: aquellos que pretenden conocer algún tipo de Verdad Absoluta.
En esta entrada veremos cómo evoluciona la fe, apoyándonos siempre en el texto bíblico citado en su contexto histórico y sociocultural, lo cual supone una tremenda innovación frente a la exégesis a la que nos tienen acostumbrados los creyentes. Dada la enorme cantidad de versículos referidos, he preferido colocarlos en forma de notas a pie de página para evitar constantes interrupciones en la lectura.
Durante la redacción tuve muy
presentes a mis sempiternos colegas Luis y Jorge, a quienes pertenecen muchas de las reflexiones que me han traído hasta aquí. Esta entrada es un
humilde homenaje a todas esas botellas tan bien conversadas.